“¿Por qué hoy en el cuento de la Ratita presumida sólo han querido casarse con ella el perro, el gallo y el gato? yo quiero que salga el burro, el buey, el caballo, el pato,… a mi me gusta cuando lo explicas largo…”
Este comentario, hecho por una de mis alumnas, me hizo reflexionar. La respuesta era: “hoy no tenemos tiempo”.
A menudo vamos justos de tiempo. Vivimos en un mundo en el que “el tiempo” nos domina y está presente en todo el que hagamos, acaba colonizando nuestras vidas familiares y escolares y hace que, quizás, no vivimos plenamente.
“Más”, “antes” y “más rápido” no son sinónimos de mejor, y parece que nuestro día a día está lleno de estas tres palabras: desayuna rápido, no te entretengas, estás despistado, espabila,.. Tenemos que tener el día planificado y se lo planificamos a nuestros niños, con frecuencia les sobrecargamos la jornada de actividades.
La educación lenta, muy bien explicada por Carl Honoré nos habla de ajustar la velocidad al momento y a la persona; levantar el pie del acelerador y vivir más pausadamente, disfrutando de los pequeños momentos que tiene el día, si los buscamos.
La educación es un proceso lento, que requiere de acompañamiento, de amor, de tranquilidad y no de sobrecarga de tareas y resultados rápidos.
Los niños tienen que aburrirse, a veces, para desarrollar su creatividad, tenemos que ayudarlos a buscar momentos de silencio, de relajación, de calma, de dejarles tiempo para el juego desestructurado. Si nos encargamos de tenerlos siempre ocupados con actividades dirigidas y planificadas no estamos permitiendo este desarrollando personal tan importante por el niño.
No hagamos que nuestros niños se conviertan en los niños de la prisa, démosles tiempo y herramientas para que disfruten de la familia, del juego libre y creativo, de los amigos y de su aprendizaje